A mediados de Marzo del 2019 un compañero de la universidad me invitó —y a otras seis personas— a hacer una pequeña expedición de dos días a un lugar qué, para mí, creía que nunca iba a conocer: El Páramo.
Pero no era cualquier páramo, sino el del Chilí. Ubicado en los territorios más recónditos del municipio de Pijao y un área que actualmente se encuentra protegida por las autoridades ambientales de la región.
Nos dimos cita entonces el 18 de abril en la casa de una de las personas que también iría con nosotros. Allí montamos el campero que nos llevaría hasta ese lugar tan esperado. Una vez listos, atravesamos el pueblo en sentido sur. Descendimos por una calle pavimentada la cual, al terminar, nos ponía en una trocha rodeada por montañas, río, casitas y cercos de madera. Atrás quedaba el pueblo y justo delante de nosotros: la aventura.
Miraflores, Pijao
En el trayecto parábamos ocasionalmente para apreciar el paisaje, pero nuestra parada más significativa —o por lo menos para mí— fue en un lugar llamado Miraflores.
Un sitio cubierto por niebla y custodiado por un montón de palmas de cera. Sorprendido le digo a mi compañero: «No sabía que habían palmas en este lugar» a lo que me responde «Sí, se cree que Salento es el único lugar que las tiene, pero no. Hay palmas de cera en varios lugares del Quindío»
Asombrado miraba a mi alrededor y sentía como la naturaleza me abofeteaba por no saber casi nada del lugar en el que habito.
Continuamos nuestro ascenso. Después de casi cinco horas, y a través de la ventana del carro, podía empezar a ver el cambio en la vegetación, en la geografía y el clima.
Los verdes ahora eran más claros, y el café rojizo de algunas plantas creaban una armonía muy interesante en el paisaje. El terreno era más rocoso y la temperatura nos obligaba a abrigarnos incluso estando dentro del auto.
En el páramo:
Fue entonces cuando —y de la manera mas inesperada— un frailejon de más o menos un metro y medio, aparecía al costado del camino. Luego otro y otro y así hasta que el paisaje quedó cubierto por tan maravillosa vegetación. Habíamos llegado al Chilí.
Al descender del auto y tras inhalar el aire —tan fresco y tan puro— comprendí que era un lugar diferente a cualquier otro en el que hubiese estado antes y es que el sonido del silencio de ese lugar me hizo sentir en paz.
Ese día recorrimos colinas llenas de frailejones, tuvimos vistas magnificas, tomamos fotografías, contamos historias, nos reímos, vimos la luna llena y a la luz de la misma asistiendo el nacimiento de algo tan preciado como lo es el agua. El cielo se sentía tan cerca, la fauna y la flora de ese lugar nos recibían de la manera más ceremonial.
Aquella noche —mirando al techo de la carpa y rodeado de personas que horas antes ni conocía— sentí como por segunda vez la naturaleza y la vida me daban otra cachetada, por creer que nunca conocería un lugar así estando en el Quindío. Sabiendo que lo tenía justo al lado y no me había dado cuenta.
Al otro día cada uno de nosotros tuvo momentos a solas con el páramo, momentos que cada persona aprovechó a su manera. Yo me dediqué a reflexionar, a sentir y a respirar todo lo que ese lugar —sin yo merecerlo— me estaba regalando.
Frailejón // Esto es Quindío
Despedirse de un lugar así no es fácil porque una parte de tu alma se queda allí, viviendo.
Una experiencia única:
Casi a las doce del mediodía iniciamos el descenso hacia el pueblo y otra vez el paisaje nos deleitaba: Frailejones, terrenos rocosos, las montañas super altas, las palmas y la niebla, el río, las finquitas de madera, los cercos y las casas de la zona urbana.
Aquel día al llegar a mi casa comprendí que cada persona debería visitar este lugar al menos una vez en su vida, pero aún más importante es pensar que la conservación del páramo no solo es necesaria, sino obligatoria y un deber de nosotros como ciudadanos y personas.
Y es que después de esa experiencia supe que dentro de su magia y misticidad el páramo es, además del lugar donde nace el agua, el sitio donde renace el ser natural y donde nacen otras cosas como lo son la aventura, la amistad y por qué no: el amor.