Esta es la curiosa historia de una porción de tierra en Circasia, dedicada a la libertad y en honor a aquellos que en vida no siguieron por completo las reglas, en una época donde la rebeldía hacia la iglesia católica o sus ideales eran motivo de rechazo, aún después de la muerte.
Todo inicia con la muerte de un hombre llamado Valerio Londoño, habitante de la vereda La Concha en Circasia, reconocido por todos en el municipio como un espiritista, que al dedicarse a menesteres tan contrarios a la fe católica fue rechazado por el párroco del pueblo para una sepultura digna en el panteón administrado por el clérigo católico, quien además adelantó una campaña de rechazo para que sus colegas de Armenia y Montenegro también se negaran a sepultar al difunto. Ante la negativa de los representantes del catolicismo y desesperados por la incertidumbre, la familia decidió sepultarlo en el patio de su propiedad, lo que desencadenó un calvario aún más grande para ellos, pues el párroco que inicialmente le negó la sepultura a su familiar, ahora alimentaba rumores en el pueblo de la posible contaminación de las aguas que alimentaban el acueducto municipal por la descomposición del cuerpo clandestinamente sepultado, por lo que varios miembros de la familia fueron encarcelados.
Braulio Botero que para ese entonces tendría aproximadamente veinte años, fue testigo de la discriminación e injusticias de las que fueron víctimas la familia del espiritista, solicitando así a su padre la cesión de un terreno olvidado de su finca para la creación de un lugar donde pudiesen ser enterrados todos aquellos rechazados para un entierro digno a razón de sus ideologías políticas, sus orientaciones sexuales o sus oficios. Esta cruzada por la libertad de pensamiento fue apoyada por su padre y sus amigos más cercanos, quienes a través de bazares, ferias y rifas consiguieron el dinero suficiente para que el ingeniero alemán Antonio Schieferl, habitante de Circasia, desde algunos años, diseñara y construyera el cementerio, bellamente adornado con arquitectura de tendencias francesas e inglesas, plagada de símbolos masónicos herencia de su fundador Braulio Botero, masón grado 33.
La vida de este cementerio está plagada de drama desde sus inicios cuando los sacerdotes del departamento excomulgaron a sus gestores por contrariar la tradición católica, siendo merecedores del desprecio social, que tiempo después en la década de los cincuenta se incrementó, cuando la violencia partidista azotó el país. Por esos días, algunos vándalos destruyeron parte del cementerio, ocasionando el traslado de muchos cuerpos por temor a la profanación. Ni las amenazas de la iglesia, ni las acciones vandálicas impidieron la continuidad de este que sería el primer cementerio libre de América latina, lugar de sepultura de personajes como Byron Gaviria, padre de César Gaviria, el ex presidente Darío Echandía, el padre del narcotraficante Carlos Lehder, y futuramente Gustavo Álvarez Gardeazabal, escritor valluno que ha dispuesto todo para ser sepultado allí.
La historia de libertad que envuelve a este panteón, son dignas de recordar para todos los Quindianos, porque fue en nuestras tierras donde se gestó una lucha por el respeto a las libertades y las diferencias entorno al pensamiento, entregando al país una parte del Quindío que sirva de última morada para todos aquellos que no encuentren cobijo en un cementerio convencional por cualquier razón. Circasia, una parte del Quindío que todos conocen como tierra de mujeres y de hombres libres…