Desde siempre, a lo largo y ancho del Quindío se ha murmurado la historia del bandido cuya vida vagaba entre el mito y la realidad.
Aunque no nació en tierras Quindianas, su historia está fuertemente ligada a Pijao, pueblo en el que vivió con su madre y hermanos. No se tiene claridad de su origen, se cree que pudo ser en Jesús María (Santander) o en Albania (Cundinamarca).
Un día prestando servicio militar presenció el asesinato de su padre, desde ahí creó una aberración hacia el estado y sus fuerzas. Durante toda su vida sostuvo un amplio trayecto de enfrentamientos, siempre él solo, contra policías o militares.
Los abuelos cuentan que se transformaba en animales, árboles y que también se disfrazaba de cura, llegando a cualquier cantina de pueblo donde su única huella era una nota que rezaba: ‘’Aquí estuvo Efraín González’’. Su nombre retumbaba más allá del papel, en las ocasiones donde cometía crímenes que solo se leían en libros o cuando se enfrentaba a enemigos que lo quintuplicaban en número, saliendo victorioso de cada encuentro.
su final
Después de un amplio recorrido que sembró de vergüenza a la fuerza pública, se hizo un pacto con su mujer, lo que finalmente llevo a doscientos hombres al barrio San José de Bogotá, con la única misión de matar a Efraín González. El conflicto se extendió por largo rato, hasta que fueron enviados otros mil soldados, que combatieron sin cesar ante un hombre que no moría ni se rendía.
En medio de tantos disparos de fusil, cañonazos de un tanque de guerra y varios gases lacrimógenos, el bandido se disipó entre la niebla de la guerra y fue un simple soldado cuando vio aquella escurridiza sombra correr, que le dio fin a la historia de película de un bandolero que se cuenta hasta el día de hoy entre las montañas del sur del Quindío, que presenciaron su trasegar.